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08 junio 2009

La escuela "normalizadora"


Antes de continuar nos detendremos a problematizar la cuestión de normalizar a la ciudadanía, porque este rol de la escuela ha contribuido mucho a impedir la evolución de las instituciones democráticas en Argentina, incluyendo la escuela.


Normalizar es la palabra elegida para educar a los ciudadanos en el proyecto de creación del estado argentino, que fue un acto de voluntad, una creación ex nihilo. Las escuelas que forman a los maestros y profesores de enseñanza media desde hace 120 años fueron llamadas Escuelas Normales, nombre que debería extrañar a cualquiera, pero muy “normal” para nosotros y los franceses, que la eligieron en la segunda mitad del siglo XIX

Trabajemos un poco sobre esta palabra, y también sobre lo que significa la elección de una palabra descartando otras.
Normal remite a norma, regla, un instrumento usado para medir, con la idea de que lo que se mide, por el hecho de que se mida, se ajusta a un patrón o ley. Un punto quieto al que se pueda referir los flujos indeterminados y descodificados del magma social- histórico.

Entonces se crea un código, la norma, y tomo esos flujos y los ato a aquél, exigiendo que se ajusten, que se normalicen, que se codifiquen. Es un instrumento político de poder y coerción, -el lenguaje, la ley, los patrones de todo tipo que regulan (regla/norma) los actos de la vida social- y están presentes en cualquier sociedad. Son instrumentos de socialización y de instrucción, no de educación.

Porque cuando se habla de educación entramos en el ámbito del individuo, de la formación de identidades y de subjetividades, de la recursividad autónoma. Entramos al ámbito de la libertad posible para un individuo en una sociedad dada; -una subjetividad, un sujeto- situado.


Ahora bien, la libertad posible en la sociedad que creó la escuela era mínima -al igual que la democracia-, por eso la escuela en teoría debía crearlas: a la educación, a la democracia y a la libertad.

Y desde el comienzo se empezó mal: se negó el mundo real, a la gente de carne y hueso; y se eligió un modelo de ciudadano a la medida de los objetivos políticos de ése estado y de la clase política que lo forma.
Los que lo hicieron se llamaron a sí mismos liberales, y todos lo creyeron. Así se construye el imaginario social: invistiendo de creencias las palabras.


¿Por qué se eligió el nombre Escuela Normal para “educar al soberano”? ¿Es posible crear democracia con individuos normalizados? Si no están autorizados a salir de la norma, como podrán discutir la ley y hacerla suya; o cambiarla, que es lo propio de la democracia. Controlar los actos de gobierno, ejercer la democracia viva, hacerse cargo.

Son individuos heterónomos, que piden permiso para existir, sumisos y controlables. Y que de vez en cuando estallan. Y entonces viene la necesidad de seguridad y los clamores por más reglamentación, más control y más represión. Y todos perdidos en un laberinto del cual no se encuentra la salida.

Hasta puede decirse que el nombre Escuela “Normal” es un lapsus linguae, un acto fallido de una sociedad esquizofrénica que crea estas escuelas, y al mismo tiempo afirma que son para educar para la democracia, para “educar al soberano”.


Acá vemos la importancia de problematizar la palabra elegida. La palabra en uso, su significado y su efecto en una sociedad. La elección de la palabra significa el mundo al nombrarlo. En simultáneo, la palabra crea al mundo y lo significa con ese acto de nombrar.

Porque en la imaginación colectiva, las escuelas son para normalizar, para que todos seamos iguales; y esta igualdad se entiende como regulares, repetidos según el molde, con identidades clonadas generación tras generación. También anodinos, de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, porque esa es otra de las características del molde.

Sólo que ya no hay trabajo, y me dijeron que si me portaba bien y cumplía y me acomodaba en ese pequeño lugar sin hacer ruido, sin molestar a los poderosos, sin querer saber quién soy o desear convertirme en lo que puedo llegar a ser… en una expresión: si defraudaba mi propia condición humana, entonces papá, mamá, el estado, la iglesia o algo o alguien se haría cargo de mí. Pero ahora resulta que no es así. Y me siento defraudado y traicionado, y estoy enojado con todos ellos, yo hice lo que me dijeron y fui un buen chico. Entonces seré un chico malo, etc.

Esto es la heteronomía, lo oímos a diario, y la escuela tiene una gran responsabilidad en ello.


Es que la modernidad se ha conducido con un discurso democrático, pero con la intensión de instrumentalizar a los ciudadanos, a la “población”, y lo logró creando instituciones que son espacios disciplinarios.

En ese sentido la escuela es exitosa: su éxito consiste en repetirse a sí misma como un virus.
Un éxito que se muerde la cola: ...más-escuela-normalizar-hacer-más-escuela-normalizar-hacer-más-escu.....infinitas veces.

¿Por qué, aunque el diseño curricular se esté actualizando con la Academia desde la reforma educativa de los años 90, -y ya van para veinte años, es decir una generación de docentes- no logramos que la escuela se corresponda con las transformaciones del mundo histórico-social? ¿Cuál es el mecanismo por el que se perpetúa a sí misma la escuela normalizadora?


Apliquemos a nuestra escuela el diagnóstico de Castoriadis y tendremos la respuesta:


Siempre hay en las instituciones un elemento central, potente y eficaz de autoperpetuación (sumado a los elementos necesarios a tal fin)- lo que se llamaría, en psicoanálisis, de repetición-; el principal de estos instrumentos es, como ya se ha dicho, la fabricación de individuos conformistas. Llamo a este estado de la sociedad “heteronomía”; el héteros, el otro, que ha dado la ley, no es sino que la sociedad instituyente misma la que, por razones muy profundas, debe ocultar este hecho. Llamo autonomía a una sociedad que no sólo sabe explícitamente que ha creado sus leyes, sino que se ha instituido a fin de liberar su imaginario radical y de poder alterar sus instituciones por intermedio de su propia actividad colectiva, reflexiva y deliberativa. Y llamo “política” a la actividad lúcida que tiene por objeto la institución de una sociedad autónoma y las decisiones relativas a las empresas colectivas. Es inmediatamente evidente que el proyecto de una sociedad autónoma pierde todo sentido si no es a la vez el proyecto que apunta a hacer surgir individuos autónomos, y a la inversa.”

Es decir, el mecanismo es muy simple, crear individuos heterónomos para perpetuar la sociedad heterónoma. Fácil.

4 comentarios:

manifiesto color dijo...

Me parece muy contundente y claro lo que planteas en este artículo.
Gracias por comprtirlo.
Necesitamos protagonista, no subordinados.
Guadalupe.
(guadadesdehonolulu@hotmail.com)

Marta Ortiz dijo...

Gracias Guadalupe, y disculpa el tiempo transcurrido.

Que cada uno sea el protagonista de su propia vida.
Y que si desea compartirla sea en una obra donde cada actor realice lo que vino a ser. ¿No?

"Quiero ser lo que sé que puedo ser, aunque no lo sepa aún" jejej!
Así nadie se extravía, porque nadie sabe hacia dónde va.
La aventura de vivir sin miedo.

Saludos! Y gracias nuevamente, me gustan estos encuentros, es lo lindo de Internet.

Lcch dijo...

Muy contundente y apropiado, es una pregunta que todo docente y pedagogo se pregunta, por que a pesar de las falencias institucionales y los fantasmas cambios, seguimos transitando el mismo currículum educativo que no nos lleva a nada sólo a ver afuera de nuestro territorio en ves de adentro.

Marta Ortiz dijo...

Gracias por comentar Lcch, uno sabe que está trabajando en una institución arcaica pensada para una época pasada que no tiene respuestas para el hoy. Uno hace lo mejor que puede y sabe, uno no se va, uno aporta en lo que está bajo su responsabilidad a ese cambio que le exige el nuevo tiempo. Esa mirada hacia el interior tan necesaria a la que te refieres vale para todo, la mirada institucional sobre la propia institución también.
El diagnóstico está hecho, los fines de la escuela normalizadora no responden a nuestras necesidades como individuos. Para cambiar esos fines hace falta cambiar cómo lo hacemos, porque son los medios los que determinan los fines que alcanzamos. Entonces, el lugar de la acción es justamente el lugar en el que cada uno de nosotros está como agentes de cambio, porque el cómo hacer es el pan nuestro de cada día.