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16 septiembre 2010

El oficio de alumno

En algún momento de su vida escolar el alumno encuentra la manera de resolver el problema que le plantea la escuela. Y adquiere su oficio.
Este oficio consiste en descubrir lo que se le pide: repetir. Se hace hábil en ello, incluso consigue lo que repitieron los alumnos del anterior año, del anterior año, del anterior año,etc.
Cualquier propuesta que signifique salir de la repetición, los desestructura y paraliza. Y tienen 14 años!

Trabajo en una escuela secundaria que recibe alumnos de colegios primarios de la zona. Vienen de todos lados, una mezcla. Es un buen lugar para diagnosticar la enfermedad de la escuela primaria. Igual que lo hace la Universidad con la secundaria. Porque la cosa continúa, es muy difícil romper los hábitos de la niñez.
Se adquieren en los primeros grados, y no es nuevo. Recuerdo a mi madre diciéndome "tendrás que hacerle a la maestra lo que te pide, no pongas nada tuyo porque no le gusta"
No pintes el sol verde, el sol se pinta de amarillo.

Los niños saben mucho sobre la vida, no deben ser tratados como ignorantes
¿Qué pasa cuando al acercarnos al conocimiento nos vemos obligados a extrañarnos de él?
Como si fuésemos una pizarra en blanco que hay que llenar con un conocimiento normalizado, igual para todos, sin matices, sin subjetividades, sin vivencias. Como si no estuviésemos vivos, y el conocimiento fuese algo muerto.
Un conocimiento alienante, extraño, que no me dice nada a mí.

Es de esperar que aprendidas las destrezas técnicas, escritura, lectura, las operaciones básicas, llegue el momento de ponerse a pensar. Aunque para eso no es imprescindible leer ni escribir, se puede pensar sin saberlo.
Pero no, nunca llega ese momento en la escuela primaria. Es una escuela instructiva, te instruye, y eso, con suerte.
Tengo alumnos que en segundo año del secundario no saben leer, y no entienden que hay cosas en la vida que crecen en proporción inversa, como la edad y la espectativa de vida, o lo que resta del día y la hora. Aunque lo saben, no lo saben. Lo saben por sus vivencias, pero no ven la proporción inversa.
Ese es el conocimiento escolarizado. Un absurdo.

¿Porqué la insistencia en el lenguaje matemático?, después de todo, ¿cuantas veces escribimos en la vida la proporción inversa en lenguaje matemático?
A la proporción inversa la vivimos; por ejemplo, cuanto más alto el número del día del mes, menos dinero hay en  nuestros bolsillos. ¡Eso lo sabe todo el mundo!, hasta un niño de 6 años lo sabe. Lo aprendió la primera vez que su madre le dijo "ahora no puedo comprártelo, estamos a fin de mes, espera a que cobre el sueldo"

Pues para la proporción inversa la maestra ocupa horas y horas de ejercicios, los alumnos horas y horas de tareas escolares, y en el secundario los profesores de Física se dan de cabezas contra la pared a causa de la proporción inversa.

¿Cómo es esto de que lo sé, pero no lo sé? ¿Por qué se produce la alienación al conocimiento escolarizado?
Cosas que sabemos de todos los días, que son nuestra vida; para eso no necesitamos manuales, ni cuaderno, ni lápiz, ni tiza. No necesitamos ponerle nombre siquiera, ya lo sabemos.

Pasemos a otras cosas que no sabemos, y que necesitamos saber para vivir como humanos. Por ejemplo, aprender a desarrollar nuestra creatividad, nuestra autonomía, nuestro propio pensamiento.

2 comentarios:

José dijo...

La educación se parece a veces más a una imposición que a un desarrollo de lo que somos mediante el contacto con la vida. Un "hay que hacer esto así" en vez de "mira, prueba, sé".

Creo sinceramente que si tuviese una varita mágica, es lo primero que haría: cambiar el modo de educar. El adolescente no debe perder el sentido de la vida que posee de forma innata.

Marta Ortiz dijo...

"Un desarrollo de lo que somos mediante el contacto con la vida."
Para eso hay que reconocer que ya somos algo al nacer, que educar es desarrollar lo que ya somos, ir descubriéndonos y re-conociéndonos.
Y que la vida debe entrar al colegio.
Tres puntos muy importantes desde dónde empezar a usar la varita mágica.
Gracias José, amerita una entrada.